LA GRAN DEPRESIÓN DE 1929
“La larga depresión de la década de 1930, que condujo al renacimiento
del marxismo (que sin ella, hoy quizás estaría muerto) se debió totalmente al
mal manejo que el gobierno hizo de la moneda, tanto antes como después de la
crisis del 1929”
Friedrich A. von Hayek
La crisis del 1929 es una de las más importantes en la historia
económica, quizá no tanto por su magnitud, sino por todas las implicancias y consecuencias
que trajo consigo. Luego de la crisis, la teoría económica sufrió un gran
cambio al intentar buscar no sólo sus causas, sino como poder prevenir este
tipo de situaciones. Si bien la crisis se desata en Octubre de 1929, sus
orígenes pueden ubicarse a principios de la década del 20. Cuando estalla la
Primera Guerra Mundial, reinaba en el mundo el sistema de patrón oro, siendo
Inglaterra el principal centro comercial y financiero, y siendo la Libra
Esterlina la moneda que se utilizaba en el mercado internacional. Los bancos
ingleses adelantaban a los exportadores los pagos que los importadores debían
realizar, por lo que estos últimos se volvían deudores de los bancos ingleses.
El inicio de la guerra quebró este sistema de transacciones y el comercio
internacional.
Inglaterra y Francia impusieron un bloqueo marítimo a Alemania, que optó
por declarar zona de guerra en 1915 las aguas que rodean a las islas inglesas.
Los alemanes confiaban en el uso de los submarinos, pero en aquella época su
perfeccionamiento aún no les permitía distinguir claramente el objetivo
asaltado, llegando a atacar y hundir embarcaciones como el Lusitania con 1200
pasajeros civiles a bordo. Toda esta situación de incertidumbre y peligro
dificultaba las transacciones marítimas, generándose una escasez de libras que
hacía subir su cotización por un lado, y situando a los bancos ingleses en una
delicada situación al no poder cobrar a sus deudores y no poder hacerse cargo
de sus obligaciones. Inglaterra y el resto de los países, con excepción de
Estados Unidos, declararon la inconvertibilidad de sus monedas. El sistema del
patrón oro había dejado de operar. El abandono de este sistema fue lo que
permitió a los distintos países financiar sus gastos de guerra en base a la
emisión monetaria. En el cuadro siguiente se puede apreciar el incremento de
circulante en los principales países. A diferencia de otros países, Inglaterra
fue dejando el patrón oro paulatinamente al ir incorporando restricciones en la
conversión de los billetes, hasta que finalmente en 1919 se prohíbe la
exportación de oro. Al mes siguiente el J. P. Morgan decide dejar de sostener
el precio de la Libra Esterlina con sus compras y ésta comienza a depreciarse
en el mercado. Por su lado, Estados Unidos, el único de los países que no había
abandonado este sistema, en 1917 había comenzado una serie de enmiendas que
daba a la Reserva Federal más flexibilidad para emitir billetes contra títulos
públicos, si bien en realidad desde la creación de la Reserva Federal hubo más
de 100 enmiendas brindando más flexibilidad a la emisión monetaria
entorpeciendo el funcionamiento del patrón oro. El gran dilema se presentó
cuando Inglaterra optó por volver a la convertibilidad de su Libra Esterlina.
La intención de los ingleses era volver a la misma paridad anterior a la
guerra, sin embargo, ante la emisión monetaria que habían llevado a cabo esto
no era posible, teniendo que elegir entre dos alternativas. Provocar y
financiar una deflación quitando de circulación la cantidad necesaria para
volver a la paridad inicial o aceptar una devaluación de la Libra Esterlina.
Ninguna de las dos opciones convencía a las autoridades inglesas, por lo que
optaron por una salida que terminaría siendo la principal causante de la crisis
del treinta, ayudada por la política de comercio exterior de Estados Unidos.
Luego de la guerra, Estados Unidos pasó de ser un país deudor a ser uno
acreedor, siendo Europa su principal acreedora. En el gobierno norteamericano,
algunos legisladores republicanos tenían en claro que para que Europa pudiese
pagar sus deudas debía poder exportar, por lo que sin estar a favor de una
reducción se oponían a un incremento de las barreras arancelarias a las
importaciones. Sin embargo, en 1920 las elecciones dieron la victoria a Warren
G. Harding, partidario de elevar las protecciones arancelarias. En 1921 se
sancionó un aumento en las tarifas a las importaciones agrícolas, y en 1922 se
sanciona una de las leyes más fuertes en la historia americana de protección
industrial. Estas leyes se conocen como las Fordney-McCumber-Tariffs.
Lo que estos legisladores se olvidaron, es que toda traba a la
importación es también una traba a la exportación. Si Europa no podía vender
sus productos a Estados Unidos, difícilmente pudiese contar con las divisas
necesarias para importar los productos norteamericanos. La situación era aún
más delicada debido al alto nivel de endeudamiento europeo. Incluso luego de
finalizada la guerra, varios países europeos debieron recurrir a nuevos
préstamos debido a su precaria situación, la ley Fordney-McCumber no hacía más
que empeorar las cosas.
Finalizada la guerra, el sistema monetario internacional había quedado
totalmente desarticulado y los países luchaban por retornar de una forma y otra
al patrón oro. De una situación con la Libra Esterlina como moneda de
transacción internacional convertible en oro y el resto de las monedas también
convertibles al metal precioso, se había llegado a una situación sin
convertibilidad y con un alto grado de depreciación monetaria, además de las
dificultades económicas heredadas de la guerra. En 1922 se reunió en Génova un
grupo de expertos en temas monetarios que planteó modificaciones al sistema del
patrón oro, sugiriendo un sistema de patrón cambio oro. Este paso del patrón
oro, al patrón cambio oro, daba una mayor flexibilidad a la creación de oferta
monetaria de los países, ya que autorizaba a mantener reservas en divisas
convertibles a oro, además del oro mismo. Además, también se permitía fijar una
nueva paridad y la intervención en el mercado para contrarrestar las
fluctuaciones en la cotización del metal precioso. Sin embargo, en esta
convención se cometieron varios errores conceptuales que se terminaron pagando
caro. En un sistema monetario basado en el patrón oro los billetes son
simplemente una deuda para pagar oro “a la vista” y “al portador”. Por lo
tanto, hablar de una “nueva paridad”, como se hizo en Génova, es equivalente a
hablar de cuánto es el monto de la deuda que los emisores están dispuestos a
pagar, no es más que una devaluación encubierta en la nobleza de un nombre o
principio. Volver a la paridad anterior a la guerra era asumir la totalidad de
la deuda, llevar a cabo una devaluación era repudiar parte de la deuda, ya que
los tenedores de libras recibirían menos oro del que se les debía, lo mejor era
establecer un patrón cambio oro, donde se depreciaba y se “volvía” al oro al
mismo tiempo. De esta forma, la depreciación se confundía con los nuevos
cambios y la reincorporación parcial del metal precioso. Por otro lado, en las
resoluciones dictadas en Génova se habla de los billetes como si éstos fuesen
moneda y del oro como si se tratase de un bien al cual hay que fijarle el
precio, cuando en realidad la moneda y unidad de cuenta era el oro siendo los
billetes simples recibos. Los expertos de Génova cayeron en el error de creer
que los billetes, y no el oro, eran la moneda y unidad de cuenta, dando otra
vuelta de tuerca a la ya complicada situación. En el fondo, el Pacto de Génova
permitía a los distintos gobiernos aplicar políticas con el fin de intentar
mantener estable el poder adquisitivo del dinero, buscando evitar grandes
fluctuaciones en el precio del oro. También se permitía regular las tasas de
interés mediante “operaciones de mercado abierto”, ya que los bancos centrales
podían emitir billetes no sólo contra el oro, sino también contra títulos
públicos y privados.
Muchos economistas de reconocimiento internacional estuvieron a favor
del nuevo sistema de patrón cambio oro, lo que derivó en la idea de que era
tarea de los gobiernos mantener estable el valor de la moneda en vez de ser
tarea del mercado .
Como vimos, la Libra Esterlina había dejado de ser la principal moneda
en el comercio internacional, su paridad había pasado de 4,87 dólares por libra
en la preguerra a 3,38 luego de la misma. Tuvo un pico máximo en 1923 de 4,69
para luego comenzar a caer nuevamente. Sin embargo, Inglaterra deseaba volver a
la misma paridad de la que gozaba antes de la guerra, pero para ello necesitaba
aumentar el valor de su moneda en aproximadamente un 13%. Del otro lado del
océano, Estados Unidos había prácticamente cerrado sus puertas con la ley
Fordney-McCumber, limitando las importaciones provenientes de Europa y haciendo
peligrar sus propias exportaciones. Ante esta situación, una devaluación del
dólar frente a la libra esterlina mataría dos pájaros de un tiro. Por un lado
ayudaría a Inglaterra a volver a la paridad de preguerra, y por el otro,
alentaría las exportaciones de Estados Unidos. Las enmiendas a la ley de la
Reserva Federal y el pacto monetario de Génova daban la suficiente flexibilidad
al gobierno para manejar la cantidad de moneda y lograr bajar la cotización del
dólar. Warren G. Harding, presidente de Estados Unidos, había nombrado a cargo
de la Reserva Federal a Daniel R. Crissinger, quien cayó bajo la influencia de
Benjamín Strong, presidente de la Reserva Federal de Nueva York, quién lo llevo
a aplicar una política monetaria expansiva buscando reducir la tasa de interés.
Lo que se buscaba era una salida de dólares hacia Europa para hacer bajar su
precio y ayudar a los ingleses con la paridad de la libra.
La política de dinero fácil aplicada por la Reserva Federal llevó a un
auge en la bolsa de comercio mayor a la que debería reflejarse por el crecimiento
de la economía. El siguiente cuadro muestra el crecimiento de las acciones en
Wall Street.
¿Qué sucedía mientras tanto en Inglaterra? Gracias a la política de la
Reserva Federal, la cotización de la libra frente al dólar comenzó a mejorar.
No porque se desarrollase la economía inglesa, sino por la depreciación del
dólar, es decir, no era la libra la que se acercaba al dólar, sino el dólar el
que se caía hacia la libra. Sin embargo, este cambio en las cotizaciones afectó
la balanza de pagos inglesa, sus importaciones se vieron alentadas mientras que
las exportaciones desalentadas. No era la libra la que mejoraba su posición
relativa, sino que el dólar empeoraba la suya. Además del cambio en la
cotización de la libra, Inglaterra había incrementado su intervención en el
mercado evitando un buen ajuste de precios, y el poder de los sindicatos logró
elevar el nivel de desempleo durante toda la década del 20. En 1925, el Banco
de Inglaterra comienza a incrementar y disminuir sucesivamente la tasa de redescuento,
hasta que finalmente decide reducirla en 1927 dejándola en ese nivel hasta
1929. El déficit de su balanza de pagos y este juego con la tasa de
redescuentos dieron origen a una acumulación de libras en los demás bancos
europeos, que al contrario de Inglaterra mantuvieron sus tasas de redescuento
relativamente altas.
Uno de los principales países en absorber estas libras era Francia. Por
supuesto, el problema de la fuga de capitales según los ingleses se encontraba
en la “sobre-valuación” del franco y en el hecho que Francia no volvía
oficialmente al patrón oro. Otro país que se comportó políticamente distinto a
Inglaterra fue Alemania, que además había recibido un préstamo en dólares en
apoyo a su plan Dawes para pagar las reparaciones de Guerra a Francia y otros
países. Mientras Inglaterra optó por una política expansiva, Francia y Alemania
siguieron el camino opuesto absorbiendo los capitales ingleses. Las inversiones
se desalentaban en Inglaterra y se incrementaban en Francia y Alemania. Las
cosas sucedían exactamente al revés de lo que predice la teoría keynesiana y
las famosas curvas IS-LM, las inversiones se desalentaban donde la tasa de
interés era baja y aumentaban donde esta era más alta. Dada la situación
Inglesa, los franceses comenzaron a ver peligroso mantener tantas libras entre
sus reservas, por lo que comenzaron a cambiarlas por oro, poniendo en apuros al
Banco de Inglaterra, que debía entregar el oro a cambio de sus libras. Mientras
tanto, en Estados Unidos la política de dinero fácil de Estados Unidos llevaba
a un alza en la cotización de sus acciones, sin embargo, hacia fines de 1927
Strong enfermó perdiendo influencia en el directorio de la Reserva Federal.
Finalmente fue reemplazado por George L. Harrison mientras un nuevo director entraba
como miembro al banco, Roy A. Young, quien inmediatamente comenzó a hacer todo
lo posible por frenar la política de expansión monetaria. A fines de 1928 y
principios de 1929, alarmados por las cotizaciones que habían alcanzado las
acciones, las autoridades de la Reserva Federal decidieron revertir su política
vendiendo títulos públicos. Sin embargo, ya era demasiado tarde para intentar
solucionar las cosas. La “iliquidez” creada por la disminución del circulante
llevó a los bancos a aumentar sus pedidos de redescuentos y préstamos a la
Reserva Federal, que nuevamente optó por una política de dinero fácil pero
elevando la tasa de redescuento. Junto a estos nuevos redescuentos, los
créditos otorgados a los corredores de bolsa por ahorristas y empresas comenzaron
a tener tasas de interés superiores. Este aumento de tasas de interés alternó
la dirección de los flujos de capitales, ahora, en vez de ir hacia Europa, se
dirigían hacia Norteamérica. Los mercados de Europa comenzaron a verse
presionados por esta fuga a elevar sus tasas de interés. Ante un aumento
generalizado de las tasas, los capitales ya no tenían mercados claros hacía los
cuales fluir y comenzaron a verse los efectos recesivos en la economía. El
único país que mantuvo su producción en crecimiento fue Francia. Estas
contracciones en la economía comenzaron a verse reflejadas en las cotizaciones
de las acciones, aquellos que habían contribuido con créditos a los corredores
de bolsa comenzaron a retirarlos rápidamente acentuando aún más la caída de los
precios.
Sin embargo, no es la caída de las acciones del 29 lo que causa la
recesión de la década del 30. La recesión económica y la desocupación en la
década del 30 no son una consecuencia de la baja del precio de las acciones,
sino todo lo contrario. La baja de las acciones es una consecuencia de los
problemas económicos que se venían gestando por las políticas de dinero fácil
aplicado por las potencias mundiales. Lo que ocurrió en la caída de 1929 fue
consecuencia del manipuleo monetario por parte de los distintos gobiernos
durante la década del 20. Lo que en esta época definitivamente no hubo fue un
libre funcionamiento del mercado y la economía. La fuerte protección
norteamericana a las importaciones y las políticas de dinero fácil no hicieron
más que sembrar la semilla de la “Crisis del 30” que se vio reflejada en la
caída de la bolsa de Nueva York. Evidentemente no es una política muy eficiente
intentar reavivar la economía de un país quitándole valor y poder adquisitivo a
su propia moneda. Afirmar que las causas de la crisis del 30 se encuentran en
el derrumbe de precios de las acciones en el famoso Jueves Negro, o en una
caída de la demanda agregada, es desconocer la influencia que el largo plazo
tiene en todo proceso económico.
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